miércoles, 4 de noviembre de 2009

En el mundo existen los imbéciles

Hay dos tipos de personas; aquellas que huyen de los problemas y aquellas que los enfrentan con una sonrisa torcida, una mirada fría y la mente en llamas.

Ese era uno de los lemas más importantes de Lucía, tal y como se lo había enseñado su padre. Y ella pertenecía sin lugar a dudas al último grupo. Hoy Lucía iba a por todas. Sí o sí.

Cogió la mochila que se apoyaba contra la mesa. Estaba vieja, raída, de un color que era difícil distinguir pero era suya, y de nadie más. Echó a correr por los pasillos con ella en el hombro. Controló la hora. Los del instituto de al lado saldrían en pocos minutos pero podía llegar a tiempo.
Casi sin aliento se situó frente a la puerta de salida y se apoyó contra la verja. Justo en ese momento sonó un timbre, alto, agudo y lacerante. Y una manada de adolescentes atropellaron las escaleras del edificio en pos de la ansiada libertad que ofrecían las calles. Entre ellos, una morena de rizos y nariz afilada reía, junto a otros dos individuos. Su figura, baja y rechoncha no destacaba entre la multitud que se abría paso a empujones a su alrededor pero Lucía podía localizarla sin problema en cualquier parte.

Cuando la gente se empezó a disipar vio el momento de acercarse. Se colocó detrás de ella y esperó a que sus amiguitas de melenas largas y ademanes pijos la avisarán de su presencia. Dándose la vuelta enseguida y con una mueca de asco, fijó sus ojos en los de la chica que esperaba.

- Eres patética -concluyó con una sonrisa de suficiencia. - Ya te dije que podías quedarte con mis sobras. No me llegas a la altura del talón, ¿vale? Te habrás quedado con el pero en el fondo sabes que he ganado.

Lucía, con un gesto de pacífica comprensión acercó su boca a aquella malnacida y pronunció en voz baja:

- Venía con la idea de explicarte que esto no era un juego. Pero ahora tengo mis serias dudas acerca de conseguirlo -la sonrisa de aquella niña de nariz afilada se perdió ante el repentino tono serio de su voz. - No es una competición pequeña. Nada de lo que me hagas, de lo que digas o de lo que grites hará que vuelva a ti. Así que aléjate de mí y déjanos en paz.

No había elevado el tono en ningún momento pero tenía la sensación de haber gritado a los cuatro vientos sus palabras. El peso que la había estado aplastando los últimos días desaparecía. Había arreglado lo que tenía que arreglar. Por supuesto, haber dejado sin palabras a aquel especímen habría sido toda una satisfacción. Pero aquellos gritos agudos que dejó a su espalda mientras se daba la vuelta de camino a casa, tampoco le molestaban. Ahora, nada de lo que hiciera la iba a molestar.

Con la capucha puesta y las manos en los bolsillos, Lucía siguió su camino entre los charcos de la acera, sacando conclusiones y añadiendo retoques a la sabiduría que había recogido de su padre.

Hay un tercer tipo de personas, generalmente imbéciles, aquellos que se inventan los problemas.

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