domingo, 30 de agosto de 2009

F

Después de una noche de locuras, su espalda descansaba sobre una pared fría. Un fuerte olor a degradación y decadencia le inundaba la nariz. Se bajó el vestido como pudo y observó, al fondo, una figura oscura y borrosa que se acercaba a paso rápido.
-Esta noche me ha costado seguirte la pista.
Se inclinaba sobre ella y le sujetaba el rostro comprobando su consciencia. Movió la cabeza negativamente. Lucía gimió, dolorida, cuando el hombre le pasó un brazo por los hombros y la alzaba en el aire, pasándole el otro por las piernas. Comenzaron a caminar, mientras ella luchaba por mantener sujeta la cabeza.
Su último, aunque vago recuerdo fue un beso, suave, en la frente. Y siguiéndolo, aquella voz.
-Hasta mañana, amor.
Al día siguiente, ya cerca de la hora de la merienda, un fuerte de dolor de cabeza y una sed asfixiante la despertaron. Tambaleándose, fue a buscar algo para el estómago. De camino al sofá del salón, pasó por su cuarto y sin ni siquiera leerla, arrugó la nota que había posada en la mesilla, tirándola junto a unas cuantas que amenazaban con desbordar la papelera. De todas ellas, solo había leído las tres primeras.
"Déjalo ya, alguna noche me cansaré de ir a rescatarte"
Con la cabeza a punto de estallar, se estiró para ver la tele y descansar. En dos horas tendría que empezar a prepararse, la esperaba la borrachera prometida.

viernes, 28 de agosto de 2009

E

Un pintalabios rojo brillante, los ojos ahumados, un toque de color bajo los pómulos.
Se dio la vuelta, metió sus pies en aquellos tacones de 12cm y con el bolso de lentejuelas en la mano, se fue tras la borrachera prometida. Cogería el mayor pedal de su vida, se rompería los pies en la pista y calentaría la cama del caballero más cercano.
Para olvidar por una noche que al día siguiente, el dolor la esperaría fiel.

miércoles, 26 de agosto de 2009

D

Lucía apoyaba su cabeza sobre la almohada, aferrándose a ella con fuerza mientras clavaba sus ojos en el mapa mundi que colgaba de la pared. Esta vez, estaba borroso, las lágrimas enturbiaban su vista, y más que su vista, el corazón. Cada vez con más ganas, intentaba controlar los sollozos; si había algo que no le gustaba de llorar era la falta de aire que estos provocaban. Pero al fin y al cabo, estaba acostumbrada. No es que su vida fuera inusualmente triste, difícil o aterradora. Simplemente, no podía evitar llorar cuando no se sentía feliz.
Él la conocía, conocía su pequeña y odiosa inclinación al pesismismo y su debilidad ante la angustia. Pero, como otras veces, aquel estúpido orgullo le impidió coger el teléfono, marcar su número e intentar convencer a aquella niña a la que amaba de que todo estaría bien, que jamás dejaría de quererla.

viernes, 21 de agosto de 2009

C

Había sido un mal día para él. Uno de esos día en que uno necesita desahogarse, escupir lo que lleva dentro pero inexplicablemente, las palabras no salen y la hoja de su libreta en blanco lo confirma. Se levantó de aquella vieja silla de madera que tantas horas al año se esforzaba en darle dolores de espalda y empezó a dar vueltas en el angosto espacio de su cuarto, que a parte del cuartucho del baño y la pequeña cocina, constituía su diminuto y destartalado hogar. Caminó hacia la ventana y la abrió, en sus reducidas dimensiones, lo máximo que pudo. Ignorando la vistas de la fachada de ladrillos grises que se erguía a un metro de distancia, se tumbó en el suelo y cerró los ojos, centrándose en el sonido de la ciudad lluviosa que llegaba a sus oídos.
No, las palabras no llegaban.
Entumecido tras pasar un rato con el cuerpo en el suelo, se rindió y metiendo su pequeña libreta en el bolsillo de su abrigo, se dispuso a respirar un poco de ciudad más de cerca. Como siempre, no pasaba de la segunda manzana cuando la humedad le había calado las prendas y no tuvo más remedio que refugiarse en la cafetería de la esquina, en la que solía acabar tan a menudo.
Se sentó en la misma mesa de siempre, la del rincón, que por una extraña razón siempre encontraba vacía y pidió su taza de leche caliente y un bollo.
La oscuridad propia de las seis de la tarde empezaba a cernirse sobre las calles mojadas de aquel invierno. Las palabras no llegaban.
Sonó una campanita que se encontraba encima de la entrada de la cafetería, que avisaba de la llegada de nuevos clientes. Una mujer joven, embutida en una gabardina beige se acercaba a una de las mesitas centrales, en donde, después de pedir su café y atusarse la melena oscura que caía por sus hombros, sacó un libro y se enfrascó en él.
Conocía su silueta de memoria, era una de las clientas de costumbre desde hacía unos meses y para él, una conocida de siempre, de la que ni siquiera conocía su nombre. Se quedó un instante observando como aquella bonita mujer seguía con ojos vivos su novela; levantaba cuidadosamente una pierna para cambiar de posición y con un gracioso movimiento, del que apenas parecía ser consciente, la colocaba encima de la otra. Alzaba una mano y despacio, la pasaba por un mechón de pelo, casi acariciándolo y dejándolo sujeto detrás de una oreja.
Después de pasar un rato bebiendo de aquella imagen, las palabras salieron.
Sacó su libreta del bolsillo y por fin, comenzó escribir, sin pausa, parándose apenas en algunos instantes para alzar la vista y comprobar que la bonita mujer seguía allí, en el centro de la sala. El bolígrafo se movía solo, no podía evitarlo, era una sensación que ya conocía. Todo lo que necesitaba escupir fue saliendo, poco a poco pero sin duda, con detalle, concentrado en desahogarse de todo aquello que le había estado aplastando durante el día.
Dos horas después, la mujer se levantaba. Habiendo cerrado su novela, y pagado el café, la gabardina beige volvía a envolverla mientras caminaba con paso decidido hacia la puerta. Junto a esta recogió un pequeño paraguas y, sin girar la vista atrás, salió, enfrentándose a la lluvia con lo que a él le pareció, el semblante de una mujer valiente.
Había terminado de escribir. Se quedó mirando a su nueva creación, de tres páginas de largo. Las arrancó y se las guardó en el bolsillo contrario al de la libreta. Levantándose satisfecho con lo que había hecho, pagó y se fue, volviendo a su diminuto y destartalado hogar.
Por el camino, decidíó guardar aquellas tres hojas en la caja en donde se encontraba el resto de cartas que había escrito durante los últimos meses en aquella cafetería. ¿Cartas de amor? Sí, amor, fracaso, rabia, odio. Todo aquello que guardaba dentro y que necesitaba echar fuera, pero para lo que nunca encontraba palabras. El fracaso de haber acabado en donde estaba, sin expectativas. La rabia de no encontrar una salida al laberinto en el que lo había encerrado la vida. El odio a sí mismo por no molestarse en intentar hacer nada para deshacerse de él.
Pero sí, en el fondo amor. El amor por aquella musa que le había traído las palabras que no había sido quién de encontrar solo. Aquella musa a la que confesaba secretamente su amor, sus ambiciones, sus manías y su presente. Aquella para la que seguiría siendo nadie, por el absurdo y terrorífico miedo a perderla y perder con ella las palabras que lo mantenían a flote.

jueves, 20 de agosto de 2009

B

Dejaré que los recuerdos que se hayan acumulado en mí por la noche se vayan con la espuma de cada ducha matutina. Me reiré como una loca de mi última ocurrencia, en voz alta, a gritos si es necesario para no poder oír lo que pienso. Cada vez que me entren ganas de llorar, correré los mil metros lisos, por el único placer de no pensar en nada. Lo único que importará será seguir caminando, porque no voy a quedarme atrás.

Sí, lo haré. Pero empezaré mañana;

miércoles, 19 de agosto de 2009

A

“Qué tontería, nunca llegaré a acabar aquella historia que había empezado. ¿Por qué? Por favor, es obvio, no se me da lo suficientemente bien. En realidad nada se me da lo suficientemente bien. ¿Cuántas cosas de las que he empezado llegué a terminar? Ninguna, lógicamente, porque me faltaba voluntad para hacerlo. Jamás destacaré en nada. Tal vez llegué a este mundo como mera observadora. ¿Mi vida va a ser así? ¿Seguiré siendo esta repugnante resignada a no esforzarse por un sueño?”

Le empezaron a sudar las manos cuando el hilo de sus pensamientos llegó al ya conocido punto de angustia sin salida. Ahora debía encontrar inmediatamente una distracción o ese pesimismo que había crecido con ella desde su infancia la engulliría provocando las consabidas lágrimas.
Una cabeza de pelo oscuro que descansaba en su regazo se giró para dirigirle una mirada interrogante.

- ¿En qué piensas, cielo?
- En nada –contestó ella, con las manos todavía sudorosas y la vista vaga.

Una mirada más intensa consiguió sacarla de su ensimismamiento y centrarla en el presente. En ella leía perfectamente: “No ha colado, pequeña”

- Es qué… no destaco en nada. Soy… no soy buena en nada.

Intentó en explicarse con una arruga de frustración en la frente, una tilde insegura en la voz y los ojos en el suelo.
El dueño de aquellos mechones oscuros que había acariciado a lo largo de toda la escena, se irguió. Su rostro estaba ahora a la altura del de ella.

- Dame un beso.

Ella accedió y durante unos minutos se le olvidó en qué pensaba, dónde estaba y quién era. Después, se separaron.

- ¿Lo ves? Que tú no te des cuenta no significa que no destaques en nada, pequeña humana con patas.

Una cara sonrojada y la repentina seguridad de la verdad de sus palabras la abrumaban.

- Te quiero

“No voy a perderlo nunca. Tal vez él sea mi historia, ese sueño que debía perseguir, ¿mi fuerza de voluntad?…”
A partir de ahí, el nuevo hilo de pensamientos siguió su ritmo; esta vez con una sonrisa pintada en los labios.

martes, 18 de agosto de 2009

Un mundo de hipócritas o locos

Sabías que este mundo no estaba hecho para ti. Aquí se comen a los ingenuos, pisotean a los estúpidos, desechan a los sensibles. Vendrán a por ti y acabarán contigo. Puedes llorar y echar a correr, o bien puedes enseñarle los dientes al presente y demostrar a esos hipócritas que eres uno de esos locos que les ha ganado la partida.

A B C

Una persona simple, suele mirar atrás, y hundirse en el pasado por las noches. Duerme con un peluche. A veces, llora. Bueno, en realidad llora muchas veces, un defecto de fábrica. Y a veces, miente pero mentir no le gusta y si lo hace es por miedo. Sí, por que es muy cobarde, pero intenta ser buena. Hace lo que puede.

Por las noches solía mirar atrás, hundirse en el pasado. Otras veces sueña.